Dos ángeles viajeros se detuvieron para pasar la noche en la casa de una familia adinerada. La familia era poco hospitalaria y alojó a los ángeles en un rincón en un sótano alejado y frío.  Mientras los ángeles se instalaron en sus camas en el suelo del sótano, el ángel más viejo vio un agujero en la pared y lo reparó.

La noche siguiente, los ángeles fueron a descansar en la casa de un pobre granjero muy hospitalario y su esposa. Después de compartir la humilde comida, la pareja de granjeros cedió su propio cuarto a los ángeles para que pudieran descansar bien. Cuando el sol se levantó a la mañana siguiente, los ángeles encontraron al granjero y su esposa llorando. Su única vaca, cuya leche había sido su sólo ingreso, yacía en el campo. El ángel más joven se asombró y le preguntó al más viejo cómo había permitido que eso ocurriera.

– La familia de ayer era rica y les costó compartir, y tú lo ayudaste.
– La segunda familia tenía muy poco, pero era muy generoso. Y tú permitiste que la vaca se les muriese.

– ¿No entiendo?

– Cuando nos quedamos en el sótano de la mansión – contestó el ángel más viejo -, vi, por el agujero de la pared, que había muchas bolsas de oro en la habitación vecina. Como el dueño se obsesionó con su avaricia y no era capaz de compartir su fortuna, yo le sellé la pared para que nunca más vuelva a encontrar los sacos de oro.

– Anoche, cuando nos fuimos a dormir a la cama de los granjeros, vino el ángel de la muerte para llevarse a su esposa. Yo le di en cambio la vaca.

– Las cosas no siempre son lo que parecen.

-Puedo caer en la cuenta de que “las cosas no siempre lo que parecen” en relación a…

-Quizá me cueste compartir o sea especialmente generoso en ciertas circunstancias…