El tazón de madera
Un hombre mayor y frágil fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cinco años. Las manos del anciano temblaban, su vista era borrosa y sus pies vacilaban.
Todos cenaban juntos en la misma mesa. Pero al abuelo empezaron a caérsele los guisantes por el suelo y a derramar el vino en el mantel. El hijo y la nuera se sentían cada vez más incómodos e irritados.
«Tenemos que hacer algo con el abuelo», decía el hijo. Ya está bien de vino derramado, comer ruidoso y comida por el suelo. Así que decidieron colocar al abuelo en un rincón del comedor y en lugar de platos le dieron la comida en un tazón de madera. Le observaban a distancia y le seguían dando las mismas recomendaciones. El nieto callaba y veía una lágrima que corría por la mejilla del abuelo en su rincón.
Una noche, antes de la cena, el padre vio a su hijito jugando con unos trocitos de madera. «¿Qué estás haciendo, hijo? Le preguntó. Y el niño contestó: «Oh, estoy haciendo un tazón de madera para ti y para mamá para que comáis cuando yo sea mayor».
El padre se quedó sin habla. Lágrimas corrieron por su rostro. Y aunque no hubo palabras, el marido y su esposa sabían lo que debían hacer.
Aquella noche el marido cogió cariñosamente a su padre y lo sentó en la mesa de la familia.
A partir de entonces el abuelo comió con la familia y a ninguno le importó que se le cayeran al suelo los cubiertos, derramara el vino o manchara el mantel.
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